La empatía es una palabra ampliamente conocida en nuestra sociedad. La gran mayoría de las personas puede, más o menos, definirla con bastante acierto. Lo que no tenemos tan claro es que se practique al mismo nivel que se conoce.
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Observando el entorno, uno puede darse cuenta de que aunque las personas dicen saber ponerse en el lugar del otro, realmente no lo hacen tanto.
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Practicar la empatía significa entender emocionalmente al otro.
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Y entender emocionalmente a la otra persona no significa que se tenga que estar de acuerdo con ella, significa que se le comprende, que se le entiende, incluso aunque la propia postura u opinión sea diferente.
Por tanto, la empatía se practica muy poco. Y es una pena porque es la habilidad necesaria para conectar verdaderamente con los demás. Los buenos comerciales lo saben bien porque es la mejor forma de conseguir firmar una venta o triunfar en una negociación.
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La empatía funciona gracias a las neuronas espejo. Es decir, la empatía es biológica. Todo el mundo posee empatía a no ser que carezca totalmente de neuronas espejo lo que, biológicamente, es imposible.
Sin embargo, lo que sí es cierto es que las personas pueden tener un número mayor o menor de estas neuronas, producto de una cuestión endógena o del entorno en el que se han desarrollado, sobre todo en la infancia.
Si una persona no ha recibido el cariño adecuado de bebé y de niño, se producirá un deterioro en el desarrollo de la empatía emocional. Al igual que si de forma genética su cerebro no desarrolla de manera normal las neuronas espejo. Esto se traducirá en falta de empatía en la edad adulta. Esa persona tiene muchas más probabilidades de parecer una persona fría e insensible.
Pero el cerebro humano es tan maravilloso que hasta esta situación de un defecto en el número de las neuronas espejo tiene solución. En este caso, se podrá desarrollar la empatía cognitiva. La persona puede llegar a entender cómo se siente la otra persona a través de trabajar la empatía. Es cierto que es más sencillo haber desarrollado la empatía emocional de manera natural, pero si hay algún defecto en este tipo de empatía, se puede paliar.
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El exceso de empatía convierte a la persona en paternalista o maternalista. Es decir, una persona con exceso de empatía se pone tanto en el lugar de la otra persona que no sabe diferenciar lo que siente la otra persona de lo que siente ella misma. Esto es un problema en las organizaciones porque se pierde objetividad. Y en el caso de, por ejemplo, mandos intermedios, responsables de personas o directivos de primer nivel supone un grave problema a la hora de tomar decisiones.
El defecto de empatía se llama psicopatía. La patología de la psicopatía se caracteriza por un desequilibrio grande en el número de neuronas espejo. Si esto no se tiene en cuenta, en una organización se convertirá también en un grave problema. Una persona con un defecto de empatía al frente de un equipo, de un área, de una división o de una empresa puede convertirse en una persona temida por su aparente falta de interés por los demás. Pero, como hemos dicho mejorar la empatía es entrenable.
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La empatía es imprescindible para crear ambientes de trabajo saludables. Es imprescindible para trabajar en equipo. Es imprescindible para comunicarse con los demás adecuadamente.
Desde aquí sugerimos a las organizaciones entrenar la empatía de sus colaboradores como un elemento intangible de una organización emocionalmente inteligente.
Es importante dedicar un tiempo cada año a que los equipos se relacionen adecuadamente entre sí, puesto que los equipos de una organización son los eslabones de una cadena. Estos eslabones son interdependientes unos de otros, por lo que si un equipo falla, probablemente van a fallar otras partes de la organización.
Los aspectos que se deben trabajar para mejorar la empatía son:
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Siguiendo estos tres sencillos pasos, se puede mejorar mucho la empatía a nivel organizacional.
Si te surgen dudas… ¡permítete contactar con nosotros!